Más allá de toda previsión, su negocio tuvo muchísimo éxito.
Comenzó a vivir una doble vida: una, la del triunfante hombre de negocios que le daba trabajo a cuarenta personas. La otra, la del hombre torturado por la ceguera cultural.
Jeff Pearce es un empresario británico que hizo millones, sin saber leer ni escribir.
Dislexia
Comenzó cuando niño, vendiendo ropa de segunda mano en Liverpool y el noroeste de Inglaterra.La madre comenzó a llevarlo a los mercados donde ella trabajaba para que realizara pequeñas tareas y ganara así algo de dinero, porque debía alimentar a cinco hijos y mantener a un marido alcohólico.
Esto era al margen de la escuela, donde Pearce era víctima de la ignorancia y el desconocimiento que reinaban en los ’60 respecto a la dislexia.
“Palabras simples como ‘gato’ yo no las podía aprender. Las leía y después de diez minutos las deletreaba al revés. La profesora creía que sencillamente era necio y quería hacerme el chistoso, todo porque los chicos se reían. Me ponían un gorro y me dejaban mirando hacia la pared”, le cuenta Pearce a la BBC.
Doble vida
Toda una vida marcada por estragos de la dislexia fue a parar en un libro publicado por Penguin.
Para ocultar su analfabetismo necesitó varios trucos y la ayuda de su fiel esposa, Gina.
Cuando tenía una reunión de negocios, ella lo acompañaba, y cuando llegaba la hora de llenar algún formulario, ella lo salvaba diciendo: “no se preocupen por esto… ustedes sigan hablando mientras yo lo hago”, y se lo pasaba cuando sólo faltaba firmar.
Pero eso no era suficiente, pues viviendo una vida de millonarios, se codeaban con contadores, abogados y empresarios.
Y eso implicaba, llevar una vida social.
Cuando salían a comer con amigos, y llegaba el menú, Gina volvía a ser indispensable.
“Ah! Mira Jeff, aquí venden la carne que te gusta… ¿por qué no pides eso?”, decía.
Vida de estafador
Por una parte, Pearce vivía lo que define como el sueño: una casa en la ciudad, automóviles, una casa de campo con establos, caballos y ganado, dinero a manos llenas.Pearce comenzó a vivir una doble vida: una, la del exitoso empresario que daba trabajo a cuarenta personas. La otra, la del hombre torturado por la ceguera cultural.
“Esas palabras me acompañaron siempre. Sentía que era un fraude, que nadie que no pueda escribir su nombre podía ser millonario como yo”, señala Pearce.
Sin embargo, 1992 se constituiría en su punto de inflexión. La recesión económica golpeaba duro y el banco lo llamó para decirle que no podía seguir auxiliándolo con préstamos.
Pearcelo perdió todo de la noche a la mañana.
“Me senté en la cama, al borde del suicidio y pensé que era mi castigo por ser un estafador: le había dado una vida regalada a mi familia y, de pronto, se la había quitado de debajo de los pies”.
*-DIOS ES EL QUE SABE-*
No hay comentarios:
Publicar un comentario
DEJA TUS COMENTARIOS